Desde tiempos de los antiguos egipcios, y desde mucho antes, en los albores del continente Atlante, se guardaban celosamente los nombres por considerarlos portadores de la esencia misma del dueño. De ahí que aquellos que estaban dotados de poderes mágicos o que habían sido bendecidos por la Magia de alguna manera (como sacerdotes, guardianes de los templos, custodios de los libros sagrados, escribas, etc.) jamás portaban su nombre verdadero, que algunas veces era el que habían recibido en su nacimiento, pero en la mayoría de los casos, esto no era así. Entonces, siempre adquirían un "seudónimo" con el que eran conocidos por el pueblo y por los...